Buscar este blog

domingo, 30 de mayo de 2010

¡¡Vive!!

 

 

"Ya perdoné errores casi imperdonables.
Trate de sustituir personas insustituibles,
de olvidar personas inolvidables.

Ya traté de amar y aún amo.

Ya hice cosas por impulso.
Ya me decepcioné con algunas personas,
mas también yo decepcioné a alguien.

Ya abracé para proteger.
Ya me reí cuando no podía.
Ya hice amigos eternos.

Ya amé de nuevo y fui quizás amado pero también fui rechazado.
Ya fui amado y quizás no supe amar.
Ya grité y salté de felicidad.

Ya viví de amor e hice juramentos eternos,
pero también los he roto y muchos.

Ya lloré escuchando música y viendo fotos.
Ya llamé sólo para escuchar una voz.
Ya me enamoré por una sonrisa.

Ya pensé que iba a morir de tanta nostalgia y...


Tuve miedo de perder a alguien especial
y termine perdiéndolo

¡¡Pero sobreviví!!
¡¡Y todavía vivo!!

No paso por la vida.
Y tú tampoco deberías sólo pasar...

¡¡¡VIVE!!!

Bueno es ir a la lucha con determinación
abrazar la vida y vivir con pasión.

Perder con clase y vencer con osadía,
por que el mundo pertenece a quien se atreve
y la vida es mucho más para ser insignificante."

Charles Chaplin (1889 – 1977)

 Gris Volta - You go behind the truth by Estudio REC

 

lunes, 24 de mayo de 2010

El silencio

 

Callar, ¡qué hermosa expresión! A menudo nos arrepentimos de haber dicho una palabra de más o haber mediado una discusión con gritos. Cuántas cosas bellas nos regala el silencio y qué poco le permitimos la entrada en nuestras vidas.


El ruido de la sociedad actual nos impide meditar acerca de las cosas importantes de la vida. Debemos buscar momentos de recogimiento para disfrutar de la estancia en este mundo temporal. Nos admira el sabio capaz de perderse en su reflexión, mientras busca en las vivencias pasadas una conexión con algo que le ha venido a la mente.


El silencio es algo magnífico: somos capaces de expresar tantas cosas con él y, a la vez, disfrutar verdaderamente del mundo. Una simple mirada, un silencio entre dos enamorados que se llenan plenamente con la contemplación del otro. Maravillarse en una noche estrellada o con unos nubarrones que anuncian tormenta. Un momento de reflexión sin prisas, de tranquilidad; el reposo tras una agotadora jornada. No tener urgencia en opinar y darse unos segundos para saborear los términos que se van a pronunciar.

El silencio nos permite contemplar el mundo. Un atardecer de verano sentado en la orilla del mar, un oleaje de septiembre embravecido, una tempestad en el océano mientras navego con mi velero, un bosque en otoño con el curioso crujir de las hojas secas y húmedas a la vez, el aleteo de una bandada de pájaros que emigran hacia tierras calurosas, mis botas salpicando el agua de los charcos en una tarde de otoño, el viento que ruge en la madrugada invernal, la nieve cayendo en los tejados vecinos mientras me levanto de la cama, el crepitar del fuego en el hogar… Sólo él permite hablar a la naturaleza y que nos introduzcamos más en ella.


El silencio nos invita a prestar atención a las cosas cotidianas: concentrar todos los sentidos en uno solo. Saborear un simple plato de cocina, despertar nuestro tacto al acariciar a un bebé, oler el perfume de nuestra madre en un jersey ya usado, leer una novela creyéndonos el protagonista, o dejar que las palabras fluyan de nuestra pluma cuando escribimos al ser amado. No hacemos más que emplear el lenguaje del alma para penetrar más en la realidad, pero para ello debemos impedir al lenguaje oral su protagonismo.

A pesar de que podamos aprender mucho de una conversación, también debemos sentir la necesidad de guardar silencio en algunos momentos, dejando así que él sea quien pronuncie las palabras que nosotros somos incapaces de producir. El silencio nos desvela secretos que muchos han estado buscando con ansias, sin saber que las discusiones no hacían más que encerrarles en algo muy alejado de lo que verdaderamente pretendían hallar. La contemplación nos acerca a la verdad y permite uno de los mayores placeres de la existencia humana.


Escuchar pacientemente a un amigo y saber escuchar a Dios. Entregarse de lleno a la mirada divina y dejar que Él escriba con fuego en nuestro corazón. Contemplarle en silencio en su Creación o delante de su propio ser. El silencio premia nuestra paciencia y serenidad permitiendo que la divinidad se exprese a través de su creación.


El filósofo se despierta en todos estos momentos de quietud y de paz, en que su única tarea es maravillarse de la compleja y -aunque cada vez parezca nueva- tan habitual realidad. No hace nada, aparentemente, y es entonces cuando contempla plenamente la verdad.

Como diría Wittgenstein, “de lo que no se puede hablar hay que callar”, porque ¿para qué hablar de cosas tan abstractas con el fin de entenderlas, cuando el silencio es el único capaz de aportarnos las soluciones? Debemos tomar su teoría desde una nueva orientación: no como una ofensa a la sana curiosidad de conocer la verdad, sino como una invitación a descubrirla por los caminos que le corresponden. ¿Para qué complicarnos con un lenguaje limitado -por el hecho de ser humano- cuando lo que pretendemos explicar escapa a este mundo finito? En ocasiones hay que dejar hablar al lenguaje del silencio, de la contemplación, que es capaz de responder nuestras mayores dudas. No nos hará falta plantearnos si existe la verdad, cuando se nos hace tan evidente la belleza que esconde el universo.

Mª NURIA FERRER-CHINCHILLA

Fuente: http://toptenms.blogspot.com/2009/12/la-necesidad-del-silencio-nuria.html

miércoles, 19 de mayo de 2010

sueños!

 

Si la vida te da mil razones para llorar, demuestra que tienes 120000 para reir y soñar.

Haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad!

Haz que pase!

Pon todo de tu parte!

Lucha por lo que quieres y por quienes quieres!

Etiquetas de Technorati: ,,,,

miércoles, 12 de mayo de 2010

La Fortaleza

Discurso de Graduación de MBA full time del PAD
Dr. Carlos Llano Cifuentes 
Fundador de IPADE
Septiembre 2001

La celebración del fin de un Programa Master es siempre una oportunidad privilegiada para indagar bien en aquello que la ha hecho posible. El centro de este acto, los protagonistas verdaderos del mismo, no deben dejarse arrastrar hoy por un entusiasmo momentáneo, sino que han de considerar las causas decisivas por las que se han hecho merecedores de ese protagonismo. Como invitado a esta celebración no me corresponde el abrogarme un papel crítico sobre la enseñanza que la Maestría les ha ofrecido. Sucedería como aquel hombre que llegó a una fiesta y se sentó en el lugar de honor para finalmente ser enviado hasta el último. Prefiero sentarme en el último rincón de esta celebración para hablar de una de las virtudes que han de poner en sus esfuerzos futuros y que les habrá de redituar en su propio beneficio y de las personas que les rodean: la fortaleza de espíritu.

Nuestra mentalidad latina nos lleva a veces a subrayar sobre todo la inteligencia de quienes han logrado el término de unos estudios que, al menos en el IPADE en México, al igual que en Piura, suelen calificarse de difíciles: tendemos a exaltar la brillantez de cabeza, la intuición, la innovación, la creatividad y el ingenio. No hay duda de que todas estas cualidades han concurrido para que podamos reunirnos aquí. Pero quisiera que no exageráramos nuestra admiración hacia las cosas brillantes y que aprovechásemos la ocasión para apreciar otro valor que, careciendo de brillo, es un ingrediente básico que ha influido en la posibilidad de este momento: quienes hoy contarán con su título de término de maestría no lo reciben por ser inteligentes -aunque lo sean- ni por su creatividad y talento, aunque no carezcan en modo alguno de ellos, sino por otra característica más valiosa que las rodea: la fortaleza.

Hoy deseo, pues, referirme a la fortaleza en esta “lección”, llamémosla así, aunque sea la última ya para ventura de ustedes; no a la fortaleza en los negocios que emprendan, sino en el negocio que ya hace tiempo tienen ustedes en marcha, el más importante: el de la propia vida. En México, en el IPADE no pretendemos que nuestros alumnos hagan mejores negocios: pretendemos que se hagan mejores los que hacen negocios.
Balmes decía -con razón- que toda auténtica personalidad debe tener la cabeza de hielo, el corazón de fuego y los brazos de hierro.

Primero, una cabeza de hielo, guiada por ideas claras, transparentes, frías como todo raciocinio limpio, depurado de la amalgama emocional.
Segundo, un corazón de fuego, sentimientos y amores ardientes que recogen y canalizan toda la inmensa riqueza afectiva de nuestro ser, que impregnan al frío raciocinio de calor humano y de entusiasmo vibrante, capaz de despertar todas las energías del alma.
En tercer lugar, unos brazos de hierro, que llevan a la práctica esas ideas lúcidas, inflamadas en el horno del corazón; la potencialidad motora que impulsa la realización de las concepciones teóricas elaboradas por la mente.

Este tripié, cuando está armónicamente equilibrado, forma el eje de una personalidad fuerte, el eje de la fortaleza.

---o---

La fortaleza nace en la mente y vive a partir de un centro medular de ideas y convicciones inalterables, que generan una poderosa motivación capaz de superar todos los obstáculos. Nunca existirá capacidad para atacar y para resistir -actos fundamentales de la fortaleza- si no hay convicciones fuertes. Un hombre sin un núcleo esencial de principios es siempre pusilánime, medroso, débil. La fortaleza se mide, pues, en primer lugar por la consistencia de las ideas.

Un hombre fuerte comprende aquello que afirma Ortega y Gasset: "No somos disparados sobre la existencia como la bala de un fusil, cuya trayectoria ya está absolutamente determinada. Es falso decir que, en la vida, quienes deciden son las circunstancias. Al contrario: las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter". Las personas sin carácter -los hombres de barro- no deciden; viven en la voz pasiva de los verbos, son manipuladas, determinadas, plasmadas, por las circunstancias.

De modo diferente se comportan los hombres que se asemejan a las rocas: son siempre los mismos, son siempre ellos, idénticos, sean cuales fueren las coordenadas en que se encuentren. Las circunstancias no los desfiguran. Son ellos, por el contrario quienes configuran las circunstancias. Nada más antipático, sin duda, que una falsa fortaleza, manifestada en una actitud mental intolerante, inflexible, arrogante o dura. Pero también nada más lamentable que un hombre hecho de nata, con el cerebro flojo de una criatura sin contornos, como una amiba, siempre dependiente del medio en que vive.

---o---

Tenemos, pues, que acostumbrarnos a delimitar las ideas, a tornarlas fuertes. Es el primer aspecto -la fuente originaria- de lo que se llama carácter. Por esto, señores, es necesario referirse a la fortaleza del corazón. Con la cabeza no se siente. Con el corazón no se piensa. Pero hay gente que piensa con el corazón y siente con la cabeza. El corazón precisa de una cabeza de hielo, de un raciocinio depurado de los laberintos de la emotividad; la cabeza, a su vez, necesita imperiosamente entusiasmarse: calentarse en un corazón de fuego. La cabeza es el volante; el corazón, el acelerador. Ambos se exigen mutuamente: la primera orienta; el segundo impulsa. Muchos desastres de la vida son provocados cuando los papeles se invierten.

Un gran corazón, sin una cabeza de hielo, es flaqueza sentimental. Cuentan que el presidente de una gran empresa resolvió cierto día emplear una nueva secretaria personal, e inmediatamente se puso en movimiento la máquina burocrática de la organización. Después de complicados tests entre decenas de candidatas, fueron seleccionadas tres jovencitas. Para simplificar al máximo la elección, hicieron ante el presidente un último test primario, formulando para las tres la misma pregunta: ¿Cuánto son dos y dos? La primera respondió: cuatro; la segunda: pueden ser veintidós; la tercera: pueden ser cuatro o veintidós. El psicólogo redujo su veredicto a un diagnóstico elemental, que llevó al presidente: "La primera dio la respuesta más obvia, es un espíritu simple, actúa sin rodeos; la segunda es prudente, intuyó una trampa y dio una respuesta reservada que revela una mentalidad viva; la tercera mostró flexibilidad, capacidad diplomática, tal vez cautelosa. ¿Cuál de las tres escoge usted?" El presidente respondió sin dudar: "la señorita de los ojos azules".

Hay muchas personas como este presidente. Piensan con el corazón y resuelven con las glándulas o con las hormonas. Les gusta preguntar y oír consejos, gastan tiempo en estudios teóricos, y después, en la práctica, deciden de acuerdo con la ley del gusto, del sentimentalismo o de las emociones. Sin embargo, pensar no basta, porque la idea aclara, pero no impulsa si no se une a la profundidad afectiva del corazón. Aquél que quiere ser un gran médico, pero no ama la salud de los enfermos, la solución de las angustias que padecen, nunca llegará a ser un médico grande. Podrá ser un científico, pero no un médico. No obstante, la verdad que está en la cabeza, si es fuerte, tiene capacidad expansiva: invade el corazón y en el corazón se calienta. Las verdades fundamentales se vuelven ideas de la vida cuando se entrañan cordialmente, pues el corazón es el motor de la vitalidad.

Hace muchos años, recuerdo la sorpresa que me causó, con oportunidad de las olimpiadas de Roma en 1960, ver en la televisión el impresionante arranque de Vilma Rudolf, una joven negra norteamericana. Tenía entonces apenas veinte años y corrió los 100 metros en once segundos, pulverizando el récord mundial femenino. Esto es historia sabida –quizá no para muchos jóvenes- y no debiera admirar a nadie. Pero lo que me sorprendió en su carrera -y ello es poco conocido- fue saber que Vilma había padecido antes una seria enfermedad y había quedado paralítica. Aquella niña que durante dos años tuvo que usar una silla de ruedas y muletas durante cinco, sólo pensaba y quería una cosa: ser como las otras niñas. Y se esforzó tanto, en durísimas sesiones de recuperación, que consiguió no sólo correr como las otras, sino convertirse en Roma en la quinta mujer en la historia que llegaba a ganar los 100 y los 200 metros consecutivamente. Eso le exigió centenas de pequeñas luchas que, progresiva y escalonadamente, fueron concluyendo la maravilla de un milagro humano. El avance de un milímetro le daba la posibilidad de avanzar otros dos, hasta que por ese plano inclinado llegó a la cumbre. Comprendemos así como un querer fuerte y apasionado consigue realmente poder.

También padecer con serenidad es una señal de firmeza de carácter. La paciencia es la fuerza de voluntad consolidada día a día en el vivir cotidiano discreto y silencioso, en el cumplir heroicamente la hora de sesenta minutos y el minuto de sesenta segundos. "En la paciencia -afirmaba mi maestro Garrigou-Lagrange, seguramente pensando en alguna madre de familia- se encierra algo del acto fundamental de la virtud de la fortaleza: soportar las cosas penosas sin desfallecer." Tal vez soñamos con la posibilidad de realizar algún día grandes proezas y actos heroicos y, por el contrario, somos incapaces de soportar con paciencia los mil pequeños incidentes de la vida cotidiana: las frustraciones, las respuestas sin tacto, los imprevistos, y especialmente el paso repetitivo y monótono de la rutina cotidiana.

---o---

Cabeza de hielo, corazón de fuego, pero además, brazos de hierro. Los brazos representan la acción motora. El pensar y el querer se perfeccionan en la acción, en la práctica. La ejecución es la verdadera prueba que mide la fuerza de las ideas y de los sentimientos. La práctica eficaz es la que supera la gran distancia que existe entre el proyecto y su realización, entre la cabeza y el brazo. La efectiva concretización de los proyectos exige que se superen serios obstáculos subjetivos -como la apatía, la pereza y el miedo- y los grandes obstáculos objetivos como las contradicciones, la falta de medios, los peligros y la oposición ajena.

La personalidad fuerte es siempre eficiente. No vive de sueños intelectuales, ni de sentimentalismos melindrosos. Sabe llevar al campo de las realizaciones prácticas, con brazos de hierro, sus ideas. Siempre dispuesto a obrar aquí y ahora. Viviendo el inexorable realismo de cada día, sabe plasmar en la vida cotidiana, prosaica, pesada, monótona, el ideal de su juventud. Por ello, la verdadera fortaleza la han manifestado las familias, los padres y las esposas de esta generación de la maestría. Ellas han tejido también día a día la posibilidad de hoy. Si las tradiciones académicas lo permitieran, su nombre estaría escrito en el título que hoy entregarán las autoridades de la Universidad, con la misma fuerza con la que ya lo está seguramente en el espíritu de los que lo reciben.

---o---

Proyectar ideas, formular propósitos motivantes y no realizarlos no es menos que envilecer lo que en nosotros subsiste de más noble: la sinceridad de vida, la coherencia. Nada deforma tanto la conciencia como hacer propósitos y, por debilidad, no cumplirlos. No podemos, sin embargo, señores, dejar de referirnos a las contrariedades, especialmente en nuestros países de origen, porque la fortaleza no se da con el vacío. Todo hombre maduro sabe que las contrariedades son algo habitual en la vida; las dificultades, un patrimonio común. Es ahí precisamente donde se encuentra -y lo experimentarán posteriormente- la verdadera prueba de nuestra fortaleza. Lo que para los débiles es una barrera intraspasable, para los fuertes representa un desafío, un estímulo que les crea garra y acaba por llevarlos a la grandeza del espíritu y de las obras. Como dice Víctor Frankl, "la vida sólo adquiere forma y figura con los martillazos que el destino le da, cuando el sufrimiento la pone al rojo vivo".

¿No es verdad que es entre las personas que no aprenden a sufrir donde encontramos siempre a las más inmaduras, a las más incapaces, ésas que son derrotadas irremisiblemente por cualquier pequeña escaramuza en la batalla de la vida? Son ellas, después, las que más sufren. Es necesario aprender a enfrentar las dificultades, a familiarizarse poco a poco con lo que cuesta, a no detenerse frente a cualquier obstáculo... También, señores, es necesario marcar metas. Delimitar los puntos de lucha no significa minimizar los objetivos. Todas las metas deben ser escalonadas progresivamente hasta la cumbre. La cumbre hace al alpinista. Dimensiona su categoría. No fue Hilary quien subió el Everest, fue el Everest el que hizo a Hilary.

Siempre que seamos impulsados por algo mayor que nosotros mismos, experimentaremos la feliz sensación de librarnos del ser mezquino que somos, para volar hasta las alturas del ser grandioso al que aspiramos. El título de Master que recibirán hoy, equivale a la fotografía de un alpinista que ha puesto su pico por primera vez en Los Andes inéditos.

Quienes hoy reciben, pues, su título de Master no lo hagan como quien se apropia de una constancia de genialidad, de superioridad, de inteligencia brillante. Se trata, en cambio, de un certificado de su fortaleza; una señal de que han sabido vencer la debilidad y las adversidades, y un recordatorio de que han adquirido la responsabilidad de no permitir que se atrofien esas cualidades, como los músculos, por falta de ejercicio. Este título expresa no la garantía, pero sí el compromiso, para cumplir aquello que dice el antiguo refrán castellano, "más vale morir de pie que vivir en cuclillas".

Muchas gracias.

CARLOS LLANO CIFUENTES

Tomada de una nota del facebook Manolo Alcázar